Hace más de cincuenta años, Saer ya sabía, en primer lugar, que la literatura tomaba caminos diagonales respecto de la realidad, pero que había una realidad. Segundo, sabía que la forma de su escritura sería la repetición, la digresión, las anticipaciones. Sabía eso y lo escribió en un momento en que esas cosas no estaban de moda.
Finalmente, no estar de moda, fue una admirable cualidad saeriana.